“A la mierda la porquería”
Son adictos a diferentes drogas, lo reconocen, saben que tocaron fondo y ahora libran su batalla más dura para poder sacarse de encima el flagelo que –según ellos, su familia y varios de sus amigos- les estaba “cagando” vida.
Hace ya más de dos meses que un chico de 24 años de edad residente en San José de Mayo, decidió, por cuenta propia, iniciar un proceso de rehabilitación ya que sentía que el mundo se le terminaba.
Desde los 13 años consumía cigarrillos, después pasó a la marihuana y más tarde comenzó con la –pseudo- cocaína que conseguía en algunas bocas de San José de Mayo. Hubo dos años en los que logró contenerse, parecía que ya le había ganado la batalla a “la merca” pero el fantasma de la recaída apareció, lo terminó de capturar y en cada inhalación del polvo blanco se le iban un poco los sueños, las ganas de superarse y lo más triste, también se le borraba la sonrisa tan autentica que antes tan fácilmente le contagiaba al montón de gente que lo quiere.
Vivía en la casa de sus padres, pero las “malas juntas” y la “desaparición” de varias cosas que terminaron siendo cambiadas por dosis en vaya a saber qué boca de expendio motivó a que sus padres le rogaran, sintiendo un gran dolor, que si quería seguir con esa vida lo hiciera, pero lejos del hogar familiar. Fue así que lo ayudaron a alquilar un departamentito para que él, solventado con su sueldo -se encuentra en seguro de paro- “se las arreglara”.
En el transcurso de pocas horas el chico estaba en una habitación desconocida donde se descubrió totalmente solo, miró para todos lados y vio que estaba rodeado de algunas cosas materiales, muy pocas, podrían haber sido más si no hubiera quemado tanta guita, pensó.
Muchas veces cuando estamos sentados frente a frente con doña Soledad, suele sonar el timbre y es ella quien se levanta a abrir la puerta, del otro lado, casi siempre, está su amiga íntima: doña Depresión. Si bien las dos son invisibles su presencia se siente en forma de nudo en la garganta, opresión en el pecho, inyectan un sentimiento de angustia profunda y cuando el alma no da más expulsa su amargura y dolor en forma de lágrimas. Así, con el rostro bañado de gotas saladas este pibe tomó su celular, buscó en los contactos por la letra M y ahí estaba, entre los primeros lugares el número salvador, el de mamá.
Apretó el ícono del telefonito y empezó a sonar…tuuuuu…tuuuuuu… – “Hola”, se escuchó por fin, pronunciado por la voz más dulce y comprensiva del planeta. Sin mucho preámbulo el mensaje emitido por quien efectuó la llamada fue algo así, según allegados al caso: “Mamá, no doy más, estoy enfermo, me quiero curar”.
Del otro lado se activó una madre que haría cualquier cosa por ver bien a su hijo, también el padre y los hermanos se alinearon a la causa, “va a salir” dicen, incrementando la esperanza al saber que actualmente, internado en una clínica afuera del departamento de San José y tras varias semanas ha mostrado una mejoría admirable que se percibe a simple vista.
Ahí trabaja, aprende oficios y participa en actividades recreativas. Ya pasaron tres meses desde su ingreso y hoy “él es otro”, según nos contó su madre. Sus familiares lo pueden ver una vez al mes, de 10 de la mañana hasta las 18 horas; en ese lapso se ríe, conversa, se quiebra, llora abrazado a sus afectos, reconoce errores y les repite, se repite: “de esta voy a salir”.
“Hay que apoyarlo permanentemente” dice con voz entrecortada la madre y se dirige al resto de los consumidores con un contundente: “No tienen que tener miedo, pidan ayuda, tienen que dejar esa porquería que es la droga”.
Reconoce que los padres de los adictos también están enfermos “de ver cómo estaban nuestros hijos, por eso nosotros también tenemos que tratarnos”; por eso asiste semanalmente a charlas que se dictan en el Hogar Católico de San José donde se aborda la temática de manera profesional, mediante ayuda, consejos y testimonios de quienes han alcanzado el objetivo. Señala que su marido, el papá del joven en recuperación, al ver el esfuerzo de su hijo ha decidido iniciar su propia lucha contra una adicción de años: el tabaco.
Después cambia el tono de su voz y menciona con una sonrisa en su rostro que es como un rayo de sol en medio de la tormenta, que a mediados del mes de agosto su hijo podrá tener la primera salida tras la internación, serán tres días junto a su familia, pero no estarán en San José de Mayo, sino que el punto de encuentro será en Montevideo; el gran objetivo es evitar las denominadas “malas juntas”, que en la mayoría de los casos no son más que otros pibes que viven el mismo infierno, pero que todavía no son conscientes del monstruo que están alimentando, el cual, si no reaccionan a tiempo, puede destruirlos por completo.
A los pocos días de conocer el caso del chico otra persona, esta vez una joven de 22 años de edad, decidió seguir los mismos pasos. Ella está internada en el Hospital de San José de Mayo y a la fecha hace diez días que no consume ninguna droga, lo que la hace “sentir muy bien” según sus propias palabras.
Su historia es similar a la del muchacho: a los 17 años comenzó a consumir marihuana y un año después se inició en el consumo de cocaína, el tiempo pasó y su dependencia hacia la sustancia se fue haciendo cada vez más fuerte, lo que tiempo atrás la llevó a estar internada, al salir logró permanecer un tiempo sin consumir, pero pasados algunos meses recayó en una adicción que al parecer, por la pausa, reapareció de manera potenciada.
A referirse a los efectos de la cocaína la joven relata: “vivís en la noche solo para eso (la droga), te volves una persona sola, egoísta, fría. Estaba perdiendo a mi familia y mis amigos, esto te aparta del mundo, te mata los sentimientos”. Prosigue con términos no menos fuertes: “he estado tirada en la calle, me he peleado con la familia, todo por esta maldita porquería” y prosigue: “a mí me gustaba estar bien vestida pero quedé en pelotas, si hasta las medias vendía para consumir”.
Aclara que a lo primero disfrutas consumir droga, pero ella ya se había pasado al crack -la forma de cocaína más adictiva- y cuando llegas a eso ya estás perdido”.
En la actualidad, con varios días sin consumir, aguarda con ansias ser trasladada a un centro de rehabilitación en Maldonado. Es consciente que la fuerza de voluntad es todo para salir adelante, sino es poco lo que se puede hacer.
Para rematar y como una arenga dice: “Ya fue lo otro, duró lo que duró pero ya hay que cambiar para encarar, a la mierda la porquería”.
- Más cerca de lo que pensamos
Estos dos chicos son de San José de Mayo y una llegó a consumir crack, una droga que hasta no hace mucho no se encontraba en las calles josefinas. Ambos pertenecen a familias honestas, de padres y hermanos trabajadores, como la mayoría de las familias de la ciudad, “excelentes vecinos” según los tienen conceptuados en su barrio.
Todos, tanto los internados que luchan contra la adicción, sus familiares y los profesionales coinciden en que la fuerza de voluntad es lo principal, después el apoyo de los familiares y amigos y evitar las denominadas malas juntas, principal incitador para recaer.
Es verdad que a ellos nadie los obligó a meterse en el mundo de las drogas y también es cierto que hay muchos que disfrutan al consumirlas, pero hay otros, los que ya pasaron la etapa anteriormente mencionada, que la padecen, ya no quieren depender de ella para seguir sumidos en la oscuridad donde no se visualiza futuro.
El drogadicto se dice a sí mismo “esta es la última (dosis)”, pero cuando no ya no tiene más caer en una boca o llamar al dealer hará que en pocos minutos, una vez más, otra dosis esté en sus manos, casi sin darse cuenta. Algunos, cuando ya no tienen plata, por la “fisura (deseo intenso de consumir) se mandan alguna cagada”, como rastrillar a un vecino, entrar a una casa, arrebatarle la cartera a una vieja en la calle, lo que sea para pagar la próxima dosis.
Es probable que algunos al leer esto puedan pensar que no tiene carácter de noticia y que no pasa de mero chisme de pueblo. Ante esto vale acotar, los delincuentes que roban también son muy poquitos si los comparamos con los honestos de una ciudad, sin embargo refiriéndonos a ellos dedicamos cientos de artículos y ríos y ríos de tinta en lo que muchos consideran “la noticia”.
También es verdad que son pocos los que están en rehabilitación si los comparamos con los que se encuentran en la calle consumiendo y por causa de eso haciendo unas cuantas macanas, pero hace unos días atrás solo era un chico rehabilitándose y poco después, en otro establecimiento se le sumó una chica de su misma zona con el mismo objetivo. Podemos decir que la cifra se multiplicó, quién dice que mañana puedan ser cuatro, al final de la semana ocho y así más y más.
No olvidemos que las conductas sociales son contagiosas, quizá si compartimos más cosas como esta y no las mantenemos ocultas por temor al estigma social, ese que paradójicamente alimentan quienes más se quejan porque “se fue todo al carajo”, la cosa puede empezar a cambiar, poco a poco es verdad, pero cambiar al fin.